Tenemos que considerar a Francisco de Zurbarán como el principal pintor monástico por antonomasia; nadie captó con tanta pericia el recogimiento y la espiritualidad monacales en una época marcada por la Contrarreforma.
Esta obra, un óleo sobre lienzo (2,68 x 3,18 mt) que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Sevilla recoge el momento en el que San Hugo y su paje interrumpen en la estancia donde se hallan los frailes de la orden cartujana, que acaban de despertarse tras dormir durante días.
La obra representa un acontecimiento acaecido a los frailes fundadores de la Orden Cartujana, en Grenoble, en 1025: un domingo de cuaresma el cocinero sirvió carne a los cartujos por error, pues les estaba prohibida; al rechazarla, quedaron dormidos hasta el miércoles de ceniza. Los monjes despertaron al llegar San Hugo quien, tras interrogar al cocinero, redujo a cenizas la comida no cuaresmal haciendo la señal de la cruz. Sobre la mesa, Zurbarán pintó delicadas naturalezas muertas -panes, escudillas, etc- que realzan el mensaje del ayuno y la penitencia. Sobre la pared un cuadro de San Juan Bautista junto a la Virgen y el Niño.
La paleta de blancos y grises predomina en este lienzo por enciam de otros tonos azules, ocres y malvas.
La composición se divide en tres planos distintos: en el primero, San Hugo y su paje que acaban de irrumpir en la estancia; en el segundo, la mesa sobre la que se observan jarras, escudillas, panes y cuchillos; y en el tercero, San Bruno y el resto de monjes, quienes cabizbajos, no prestan la más mínima atención a los recien llegados. La estancia es muy austera. Junto a ello, los rostros demacrados de los cartujos reflejan síntomas de su largo ayuno y se convierten en un emblema de la dura vida en la cartuja.