El próximo martes el Museo del Prado dará a conocer el estado final de esta pobre Gioconda resucitada que, durante tanto tiempo, exactamente cinco siglos, estuvo acompañada por un incomprensible y tiránico fondo negro (la tesis más extendida apunta a que fue pintado en el siglo XVIII por cuestiones relacionadas con la estética de la época). El nuevo paisaje –refulgente y semiazulado, a simple vista casi más propio de Patinir que de un florentino del XVI-, la aparición de cejas en el rostro de la mujer retratada, por contraposición a la Gioconda auténtica, y en general el rejuvenecimiento radical del rostro de la Mona Lisa del Prado con relación al original son algunos de los hitos del nuevo caudal de información que este hallazgo es capaz de aportar a la obra del más genial de los pintores del Renacimiento. Los "arrepentimientos" presentes en el original y en la copia no mienten: coinciden en muchos casos. Según esta línea de investigación, maestro y alumno pintaron de manera simultánea el retrato de Lisa Gherardini.
Al respecto de la persona representada en el cuadro se han formulado las más extravagantes teorías, incluida la que apunta a que la Mona Lisa sea en realidad un Mono Liso llamado Alberto, amante del genio florentino. O la que sostiene que estamos ante el propio Da Vinci, que se autorretrató de esta guisa para despistar a los pobres mortales. También se ha dicho que la (o el) modelo del retrato tenía asma, que contaba 25 años, que medía 1,68 (tomando como referencia su mano derecha), que estaba embarazada y que era estrábica. Se ha dicho de todo y de todos los colores porque, para qué negarlo ya, más que una obra de arte, La Gioconda es un enigma pintado.
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