martes, 1 de octubre de 2013

El templo de Abu-Simbel.

Los templos rupestres o excavados en la roca son uno de los mejores ejemplos de colosalismo y magnificiencia egipcios. Están dotados de los mismos elementos que el otro tipo de templo, aunque con algunos cambios: el patio precede al pilono y este, está tallado en la roca y no es exento.

Entre todos los templos rupestres destaca el de Ramsés II, de la XIX dinastía, en Abu Simbel (región de Nubia), que representa cuatro colosos sedentes de Ramses II, incrustados en el pilono. Estas estatuas tienen más de 20 metros de altura.

Sobre la puerta del templo se abre un pequeño nicho con la representación de Re-Horakhte, el dios al cual está dedicado el templo. Remata el conjunto un friso con 33 monos de 2 metros de altura que miran a Oriente adorando al sol naciente.

Este templo, tallado en la roca, responde a los objetivos del templo egipcio: su exterior es un verdadero autorretrato del poder faraónico; su interior -una sala de pilares presididos por estatuas de Ramsés-Osiris, de 9 metros de altura- muestra la indisoluble unión entre el dios y el faraón, la persona divina que garantiza el orden del mundo.

La construcción del templo tardó unos 20 años en concluirse y se llevó a cabo en el reinado de Ramses II (1279-1213 a.C). Para evitar que desapareciera bajo el agua al construir la presa de Asuán, el templo fue reubicado entre 1964 y 1968. Con ingenieros y fondos internacionales, durante 4 años y por 36 millones de dólares, se desmanteló y reconstruyó en un lugar 65 metros más alto. Por la ayuda recibida, Egipto donó importantes tesoros y templos a otros paises, como el Templo de Debod en Madrid.